Aquellos dos mocosos que no levantaban un palmo del suelo, se plantaron delante nuestro, desafiantes, impidiéndonos el paso. La situación en si era bastante cómica, si no fuera por el desprecio que nos transmitían. Sabíamos que, para una parte de la población yemenita, los occidentales no éramos bienvenidos, pero no nos hubiéramos imaginado nunca que este rechazo nos llegaría a través de unos críos, en medio de las calles de Shibam. El mas listo de los dos nos amenazó señalándonos con su dedo índice, a la vez que profería, por el tono que empleaba, una retahíla de insultos y maldiciones. Marcó una raya en el suelo arenoso de la calle, escupió encima y, dedo índice en alto, nos siguió maldiciendo los huesos. Después, los dos salieron corriendo. La verdad es que nos quedamos un poco desconcertados. Unos metros mas allá, un hombre que paseaba con su hijo y que había presenciado la escena, sonreía con cara de circunstancias. Se nos acercó y, muy amablemente, nos pidió disculpas en nombre de los chiquillos para después invitarnos a tomar el te en su casa. Aceptamos encantados la invitación.